En agradecimiento a las útiles indicaciones de fosacomun, voy a dedicarle un post con uno de sus objetos-fetiche favorito, aunque poco va a tener que ver lo que aquí se diga con la imagen que lo ilustra. Eso si, tal vez aparezca una suerte de explicación de porqué he andado mal de ánimos en algún momento, aunque creo probable que te haya llegado alguna noticia.
Tal vez haya idealizado un poco Santander. Mucho tenía que ver el excelente buen tiempo que gocé y la necesidad de cambiar de aires. Por otra parte, harto del Mediterráneo, que es un estanque insulso, la bravura del Cantábrico me embriagaba la vista y me generaba una suerte de ánimo igualmente embravecido. Llegué a vivir con tres personas de Santander mientras hacía mi carrera en León. Jesús del Estal nos ponía unas excelentes tortillas rellenas que recuerdo con nostalgia, de modo que disfrutar de una de esas cuñas era para mi como la magdalena de Proust. Además me acordaba de las anécdotas de internado de Pepe Gutiérrez Marcos y de Cabielles, y de sus giros y frases que iba encontrando en los viandantes de Santander. Era como estar en casa.
Pero también me fui porque tenía que huir de algo: desde hace tiempo voy problema tras problema, tropiezo tras tropiezo con una buena mujer que conoce el mesetario. El año pasado fue un año de trastorno absoluto por culpa de las claves con las que nos relacionábamos: La competitividad, la falta de emotividad y los constantes castigos demolieron mi autoestima, que era muy alta. Comencé a generar estrés porque era imposible relajarse: no aceptaba ni respondía a bromas, nunca sabías lo que le iba a ofender. Eso si: ella podía hacerlas. Además, llegaba un momento en que me sentía juzgado, observado, comparado, censurado, restringido en lo que podía y no podía hacer o a quien podía hablar. Cada vez que abría el correo electrónico no sabía si me la iba a encontrar de buenas o de malas. Siempre me hablaba como para adquirir ascendiente, de manera seca y autoritaria. Todo estaba condicionado por ella mientras estuviera sólo en Alicante. Todo ello sin motivo alguno. Fue horrible.
En diciembre decidí tomar ese toro por los cuernos. Decidí que no podía dejarme atacar así. Tracé un plan y lo seguí, y el efecto es que actualmente estoy eliminando mis fobias una tras otra, me siento mucho mejor de ánimo y estoy haciendo lo que quería hacer desde hace tiempo.
Ayer pronuncié las palabras "vete a la mierda" y hoy por la mañana me he sentido muy bien. No sé cómo no lo he hecho antes. Bueno, si: quise dar una oportunidad a la madurez y a la cordura, pero se debe aprender que el diálogo es imposible con algunas personas, y lo más sensato es eso: a la mierda.
Y eso es lo que el bravo Cantábrico me infundió: valor cántabro para tajar al arrogante romano. Romana, en este caso. Calamares a la romana. Gracias, fosacomún: te mando los restos de la batalla para que les des cristiana sepultura, Amén.