Como el bueno de Silva no quiere poner sus poderosas rabeladas en youtube, en lugar de almacántaro pongo a odres, mucho más descafeinado, donde vamos a parar.
Siempre me pasa cuando llega la época de los exámenes, pero este año siento un especial malestar: siempre he dicho que yo debería pagar por el privilegio de enseñar, pero lo mal que se pasa cuando estás en la obligación de evaluar a personas sin otro objeto que decidir funcionarialmente si el proceso de aprendizaje de un alumno está de acuerdo con lo que la administración exige para expedir un título académico homologable, eso justifica con creces mi salario.
Muchos de los alumnos a los que he suspendido siendo totalmente coherente con lo que origina mi sustento, son en realidad personas de gran calidad. Y probablemente no han mostrado rendimiento por razones contextuales. Actúo con todo mi leal saber y entender, poniendo pasión en lo que hago, pero eso no me resta de quedarme siempre con algún regusto de culpabilidad.
Afortunadamente siempre me cura el hecho de que vuelvo al lugar donde procedo y que entiendo. Ya me queda menos para pasar por la librería del Burgo, tomar sopas de ajo en el jauja, las "cenas de empresa" en casa de Pachi, o de Luis, que se emancipa (ya era hora). Ya me queda menos para encontrar primos cuartos que siempre se interesan por tu vida y te piden tomar un café, si los ves de mañana, o el pacharán, si por la noche.
Duele mucho vivir lejos, sin nadie de los tuyos cerca. Duele mucho no poder cuidarlos, pero me dolería más que no me doliera. Ya queda menos
domingo, noviembre 30, 2008
El malestar y el desarraigo
Publicado por Gustavocarra en 2:29 a. m.
Etiquetas: Las nostalgias que tocan
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