- Los cien enamorados
- Duermen para siempre
- Bajo la tierra seca.
La conciencia plena no abole el dolor, ahí se equivoca el budismo. Te lleva a una condición en el que resuena por tu cuerpo el dolor esencial de todo lo que existe, de todo lo que anhela. El dolor de la inmensa confusión del mundo, de nuestra enorme e insensatata torpeza. Es desde este dolor de las criaturas donde nace un clamor, un sollozo agudo que viaja diluyéndose en los campos vacíos buscando un inexistente destinatario. Sin esperanza alguna grito, rezo, imploro: ayúdame, Señor, para que Yo pueda ayudar. Pues es tan densa esta tiniebla, hiere el frío, tirita mi alma y mi rostro cae contemplando su difusa sombra en la tierra seca, cercado por tu silencio, Señor, por tu cruel ausencia, por tu inmisericorde extrañamiento, por este infinito exilio. No tengo fe y las montañas caminan solas y como piojos desdeñan a quien sobre ellas se alza, para luego rodar hacia abajo con las manos vacías, congeladas y mutiladas. Y este amor, que no es otro que el amor para tus criaturas, queda como semilla huera bajo la tierra yerma. ¡Cuánto desconsuelo, Señor, viene cuando Yo nada pido para mi, sino sólo para que pueda Yo hacer tu voluntad! Tiende tu mano sobre este velo de error y dispérsalo, porque aunque no existas, te necesito.
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